
Wilson Abreu. El Monstruo Delicado
Por Ricardo Ramón Jarne
Hace bastante tiempo, Wilson Abreu, bajó de las enneblinadas montañas de Constanza donde la Utopía del frío caribeño se convierte en realidad, para mostrar sus últimas creaciones. Eran cuadros muy bien trabajados técnicamente, con muy buenas texturas, con calidades inusitadas, con un uso excelente del collage, con una terminación impropia de su edad. Todo un resúmen maravilloso de la pintura dominicana de los años sesenta y setenta se presenta ante mis ojos. En esos cuadros se apreciaba la contundencia de las pinceladas de Paul Giudicelli, incluso algunas de sus formas a la manera de radiografías taínas de animales conocidos o mitológicos, incluso trazos en grafito negro propios de Rincón Mora; acertadas transparencias en referencia a Alberto Ulloa, la estudiada superposición de pinceladas de diferentes colores del mexicano José Luis Cuevas, de quien incluso investiga su obra; hasta temáticamente un perro esquelético que me proporcionaba una referencia al Eligio Pichardo de El sacrificio del Chivo. Todo esto revelaba a un artista joven, culto, profundo conocedor de la historia plástica de su país, e increíblemente dotado para el arte, pero para mí, todo este impresionante bagaje de conocimientos y de calidades técnicas, no era del todo suficiente.
A Wilson le tome el aprecio de un hermano y no quería que su primera muestra individual, la realizara sin indagar más en su propia interioridad, sin buscar su propia diferencia. Por calidad, su obra estaba por encima de la mayoría de las primeras muestras individuales que se daban en Santo Domingo, aunque su asimilación natural a la pintura y su esfuerzo merecían otras recompensas, así que, como cabra que tira al monte, lo devolví a su escarpada Constanza, para que en su aislamiento buscara en su interior lo que estaba seguro que tenía.
Técnica y conocimientos poseía más que suficientes para lograr lo que Antonio Saura me decía que para un artista era fundamental, encontrar su propio lenguaje. Una vez encontrado y establecidas sus normas como cualquier idioma, se podía escribir, poesía, novela, teatro o la noticia del día, pero todo tendría su sello propio, individual y personal, que lo diferencia de los demás. La búsqueda del propio lenguaje puede durar muchos años, y nadie asegura que se vaya a encontrar, pero para un artista que se precie es obligatorio por lo menos intentarlo. Así Wilson Abreu, agobiado, preocupado, en ocasiones perdido, pero siempre con un increíble empuje y estímulo, fue buscando, puliendo, limando, aplicando la máxima de que menos es más, hasta, y eso es lo que nos muestra ahora, encontrar el inicio de un camino largo, pero un gran inicio. Quitando barroquismo, dominando el signo, potenciando el sentimiento, ha logrado unas obras que siguen manteniendo un nivel de calidad técnica impresionante, pero que ya empiezan a decir algo de lo que Wilson Abreu lleva dentro. Su profunda sinceridad y su auntenticidad le van a llevar a un buen camino. Estamos ante el inicio de un artista que puede ocupar un espacio importante en la historia de la pintura dominicana; esperemos que no se malogre o que no lo malogren.
Iconología Zoofílica en Wilson Abreu
De donde salen estos monstruos híbridos entre hombres y animales?; serán productos de procreaciones, fruto de pasiones zoofílicas escondidas en las profundidades de las montañas?; o serán consecuencia de fantásticas alucinaciones provocadas por el aislamiento y el engaño que produce la niebla que mezcla de manera incoherente partes del cuerpo del pastor con las de su rebaño?. Es Wilson Abreu, en su recogimiento de la montaña, un eremita, un monje amanuense que escribe (pinta) caligrafía fantástica?. Y por lo tanto, vienen sus monstruos de una lectura deslumbrada del Apocalipsis?. La creación de nuevos y fantásticos animales ha sido desde el origen de las artes, una práctica común entre los artistas que han trabajado directamente, no por el simple hecho de lograr con buena técnica imágenes estéticas que agradarán al espectador, sino de aquellos artistas implicados directamente con la magia y la religión, y que además de agradar pretendían trascender y comunicar a los demás a través de la utilización de la invención zoomórfica, aspectos ocultos y misteriosos de sus propios dogmas. Estos animales fantásticos, sólo existen en la imaginación, y como la imaginación no es concreta, se tienen que manifestar por medios que si lo son. Las artes realizan esa tarea de acercamiento del mundo imaginado al mundo real. La pintura, la literatura, el cine, la fotografía… son las encargadas de hacernos partícipes de lo que el artista o el mago imaginan. Así, desde Egipto a Mesopotamia, pasando por el Beato de Liebana y sus iluminaciones, por los capiteles románicos, por las gárgolas góticas, por los grotescos renacentistas, por las alucinaciones barrocas, por Goya, por las acuarelas de Blake, por las fotografías-mentiras de Joan Foncuberta, por las películas de Gozilla… el monstruo ha pasado por la historia del arte como imágenes del mundo oculto, infernal y fantástico.
En el caso de Wilson Abreu, es la pintura la que empieza siendo medio para acabar convirtiéndose en fin, así que el monstruo que antes era imaginación se acaba mudando en lo que es, solo pintura. La mayoría de los artistas hacen fácil este paso de la imaginación a la pintura, pero muy pocos logran que notemos que el mismo monstruo toma conciencia de que es pintura y se manifiesta como tal, ya no es la representación de algo. Goya que lo consiguió con sus pinturas negras le trasmitió a su hijo natural artístico Antonio Saura, esa capacidad maravillosa de concienciación del monstruo, en sus excelentes series sobre el perro De Goya, los retratos imaginarios y en prácticamente toda su producción. Wilson Abreu, salvando las distancias, consigue lo mismo, borrar cualquier pasado de procedencia imaginaria al monstruo para dotarlo de vida pictórica propia. Esto demuestra la magnífica capacidad del artista para dar a la pintura su auténtica esencia moderna, sin necesidad de ser abstracto, y esta es la manera de engrandecer la pintura, de asegurar su supervivencia contemporánea en un mundo donde las nuevas técnicas de la imagen querían relegarla al baúl de los recuerdos, al desván de la historia del arte. El triunfo de la pintura se logra con artistas conscientes de su propia fascinación y dotados con una calidad técnica y expresiva capaz de liberarla.
El Monstruo se hace Abstracto
Una vez que el monstruo ha tomado conciencia de su propia existencia, que ha dejado de ser representación, se vuelve abstracto, se descompone, se reconstruye, intenta mimetizarse como un camaleón, con el color del fondo, con el trazo suelto, con la compulsión pictórica. Y esa separación entre mancha pictórica de forma y y la mancha de fondo se delimita con un leve trazo de blanco tiza. Sin los ojos, sin la boca y las débiles intuiciones de extremidades, que son como las de la lagartija de agua en estado preevolutivo previo a su conversión en serpiente, estos monstruos serían manchas maravillosas, manchas ocres, enclavadas sobre fondos amarillos potentes, blancos sucios, tierras besadas por carmín, o morados bañados por la luna.
El uso de las transparencias nos permite observar planos virtuales sensibles. La transparencia se dirige hacia el aire que también pretende ser invisible, y nos pone alerta da la posibilidad de que en estos cuadros haya atmósfera, atmósfera transformable y eventualmente respirable, pero. Comprimida en esa sensación de planitud, de aplastamiento de la figura en el fondo, de visión-ventana de una obra que está en un proceso acelerado de bidimensionalidad y que tapa el posible sonido-quejido animal, del monstruo en su inevitable conversión en pintura abstracta. Este es el paso natural que Wilson Abreu puede tomar y es muy interesante tener la oportunidad de ver este proceso inteligente de descomposición, esta poética muerte de la figura que se revela a pesar de convertirse en alguien superior, en obra madura, en verdad artista.
Estas obras están en su concepto estético e intelectual en el andén de una despedida consciente del mundo postmoderno, del crepúsculo de las Utopías y de su vacío posterior, de, como diría Octavio Paz, la intemperie espiritual. Están muy lejos de cualquier hedonismo o disertación fácil del esteticismo por el esteticismo, se adentran en complejos discursos interiores de un artista que se exige así mismo una depuración formal, estética y discursiva, que está dando sus frutos en esta exposición que aporta aspectos importantes de su dura mirada interior, de su reconocimiento como creador que se está liberando de lastres hasta ahora necesarios, pero que en su desprendimiento le aseguran un futuro más libre y fluido, con más posibilidades de ser, en vez de la representación de un pintor como la mayoría, ser un auténtico pintor.
Ricardo Ramón Jarne
- Crítico e historiador de arte.
- Pasado Director del Centro Cultural de la embajada de España en República Dominicana.
- Pasado Director del Centro Cultural de la embajada de España en Perú.
- Pasado Director del Centro Cultural de la embajada de España en Argentina.
- Director del Centro Cultural de la embajada de España en Uruguay.